sábado, 15 de mayo de 2010

El sentimiento de ansiedad cada vez se hace más profundo.
Solo la lluvia permite liberarme de estas ataduars que yo misma creé.
Pero ya es tarde, y el loto carmesí empieza a florecer.
Y esta vez no estarás conmigo.
¿Cómo puedo saber lo que está bien?
¿Cómo conseguir olvidarlo todo en un último suspiro?
Nunca dejaré de recordar.
Aunque se haya acabado,
mejor así que vivir de mentiras.
Las memorias, la melancolía, el ayer.
Permanecerán conmigo a medida que avance en el camino.
Te he fallado, pero ya no puedo hacer nada.
Ya no me podrás proteger de mi misma.
Esos lazos que parecían indestructibles,
se fueron deshilachando lentamente.
El sentimiento de ansiedad cada vez se hace más profundo.
No hay culpables, solo vacío.
No me permitiré olvidar. Papel quemado que no sirve.
Mantenerlos intactos, en lo más oscuro de mi corazón.
La luz de las estrellas los hará brotar cada noche,
y a la mañana siguiente no estarán.
El sentimiento de ansiedad cada vez se hace más profundo.
Miraré hacia atrás cuando nadie más me vea.
Guardaré con amor los recuerdos de algo tan hermoso.
Podría cantarte los versos más tristes de esta noche,
pero no soy poeta, mi tinta no penetra en el papel.
No me permitirá olvidar la intensa melodía.
No me permitirá olvidar la blanca melancolía.

domingo, 4 de abril de 2010


El detective Tucker a duras penas consiguió llegar a la zona donde se hallaba el cadáver. Uno de los forestales avisó a la policía del área de California debido al tinte rojo del agua de la reserva. Temía que dos de sus osos hubieran entrado en una pelea y, de ser así, debía ir a prisa y curarlos. Pero se llevó una sorpresa cuando no era un oso quien estaba herido.

El cuerpo se encontraba a orillas de un riachuelo y, tras ellos, una cascada de gran altura. Sería difícil adivinar la causa exacta de la muerte. Podría haberse caído desde arriba y haberse golpeado varias veces, o podría haberse ahogado mucho antes.

El detective se acercó y comenzó a examinar sus ropas. Entre ellas descubrió una nota y una llave encerradas en una bolsita hermética. En la nota, una dirección y un lugar específico. Pero el lugar quedaba demasiado lejos de California. Aún así el detective vio adecuado el viajar para saber qué podría encontrar.

Tras varias horas de viaje, llegó a su destino. Una casa al norte de Nagoya, Tokyo. La llave encajaba perfectamente. Al entrar, se vio sorprendido por la cantidad de osos de peluche que se encontraban allí. Y en medio del salón una pequeña mesa con un diario encima. No tenía candado, ni cualquier tipo de seguridad. Comenzó a leerlo.

Realmente, no sabría como empezar. No quiero escribir el típico “Querido diario” o “Hola”. Así que, para quien esté leyendo esto, seré breve. Yo nunca he sido de aquí, de Nagoya. Nací en Inglaterra. Mis padres eran dueños de una importante empresa por lo que nunca nos faltó de nada. De pequeña, siempre me gustó jugar con ositos de peluche. Los adoraba, y los seguí adorando. Llegó el momento en el que mi cuarto rebosaba de ellos. Se me antojó un nuevo peluche, pero mis padres no quisieron comprármelo. Me enfadé mucho con ellos. Y gracias a ellos por quien conseguí a mi pequeño osito. Mi padre decidió mandarme al banco a hacer unas gestiones. Y cono no había nadie más a parte de mí en aquel momento, el banquero decidió ir al baño mientras la caja fuerte se abría. Fue entonces cuando me colé dentro y cogí el dinero que me hacía falta. Estos actos se repitieron varias veces, hasta que mis padres, por una razón u otra se enteraron. Mi padre me reñía y, sin querer, le empujé haciendo que este se golpeara en la cabeza y perdiera el sentido. Mi madre se acercó a él. No tenía pulso. Mi madre iba a llamar a la policía, sentí miedo. No sé porqué actué como lo hice. Lo siguiente que vi, fue a mi madre junto a él. Escapé. No se me ocurrió hacer otra cosa. Me largué de allí. Cogí una mochila y metí allí al osito que compré. Más tarde un hombre me llevó con él, a Nagoya. El viaje se me hizo interminable. Pero me regaló un osito. Me crió, me vistió, me dio de comer. Más tarde me enteré que pertenecía a la banda Yakuza, la mafia japonesa. Después me uní a ellos. Me prometieron ositos de peluche y más tarde conseguí mi casa, llena de peluches. Hasta que a los diecinueve me enamoré. Pero perteneciendo a la mafia, es difícil hacerlo. Podía estar con quien quisiera, pero nunca por más de una noche. No me merecía la pena seguir así. A los veintiséis le pedí al Kumicho que me dejara viajar a California. Allí hay reservas de osos grises. Si alguien lee esto, será porque conseguí lo que quise.



He conocido a un nuevo chico. Es alto y moreno. Y le veré prácticamente todos los días en la facultad el año que viene. Traté de fijarme en sus ojos. No eran grises, pero tampoco supe decir de qué colo eran. Parecían oscuros pero tenían un brillo especial. Un brillo que le ocupaba todo el iris.
Así que decidí fijarme en otro punto menos frustrante, pues me fue imposible saber de qué color eran sus ojos.
Tiene una cicatriz justo en la mitad de la barbilla. Le queda bien cuando sonríe.



Por la mañana hacía un día soleado y la playa no tenía ningún encanto. Así que ni si quiera bajé a verla. Le presté la cámara a mi hermano para que se la llevara a la ciudad grande. Pero por el camino a la pequeña me arrepentí mucho.
El cielo permaneció oscuro, que no gris. Las nubes parecían enfadadas y a la vez deprimidas. De vez en cuando lloraban y otras veces paraban, y entre gota y gota, rayos rosas iluminaban el cielo. Uno y otro cada vez más cerca.
Tuve miedo. Miedo de querer formar parte de ellos. Tuve miedo de un sueño imposible. Tuve miedo de amar aquello que es tan bellamente peligroso. Y tuve miedo por no temer cuando todos lo hacían.
Podía ver desde mi ventanilla cómo caían a lo lejos, notando que cada vez nos acercábamos al oscuro nubarrón. Sentí deseo. Incluso se podría decir que llegué a excitarme. Algo que dupliqué con una dosis de Agonía de manos de mi grupo de música favorito.
Uno por uno, los rayos y la lluvia parecían seguir el compás de la música y a la vez, el ritmo de mi corazón. Sonreí. Sonreí como una niña pequeña a la que le acaban de dar un caramelo. Y así, durante casi dos horas, en el punto de mira de las descargas rosadas.



La pequeña Alice ya no siente.
Solo hay nubes grises en su corazón.
Ya no llueve, ya no hace sol.

La pequeña Alice ya no siente.
Critica todo a su al rededor
Se apena por no saber oir sus latidos

La pequeña Alice ya no siente.
Desea que la tormenta llegue al fin
Quiere más que nada volver a sonreir

La pequeña Alice sintió una vez.
Pensó que era invencible.
Que nada le podría parar los pies

Pobre pequeña Alice.
Permanece sentada en la hierba mojada
esperando a que alguien decida abrir
la jaula que creó con sus sentimientos.

La pequeña Alice sintió una vez
Todos la querían
Pero era un amor falso
Una forma de pasar el rato

La pequeña Alice decidió no sentir más
Pero ahora que no siente
se lamenta por olvidar cómo confiar.

domingo, 21 de marzo de 2010


El chico de los ojos claros ahora prefiere evitarme. Responde con evasivas y prefiere no acercarse como lo hacía antes. Dice que no tiene tiempo. Casi lo prefiero así. Nunca he tenido muy buena suerte con los chicos. Quizá algún día piense en cambiarme al otro bando. Pero prefiero esperar. En cuatro meses me iré de una vez de aquí. La gente dejará de sentirse obligada a preguntarme qué tal estoy, y lo mismo para mí. Me mudaré, sí, a un sitio donde apenas nadie me conozca. Un lugar grande donde haya espacio suficiente para no asfixiarme. Donde no esté clasificada. A lo mejor me encuentro un chico de ojos grises. Siempre se me han hecho tan inalcanzables... Nunca he conocido a alguien así. Quizá lo encuentre. Y cuando lo encuentre, me quedaré embobada sumergida en ellos. Sí, eso es. Ojos grises. La oscuridad de los ojos negros y marrones jamás me ha sabido tratar como realmente soy. Los ojos verdes siempre han estado llenos de envidia. Y los ojos claros me recuerdan a los días soleados en la playa cuando el mar está tranquilo, tanto que llega a marearme y el brillo del sol me deslumbra tanto que tengo que dejar de mirarlos. Sí. Unos ojos grises estarán bien. Me gustan los días lluviosos en los que las nubes están bajas. Me inspiran confianza y deseo.

Esta mañana bajé a ver el mar. Está maravillosamente bello. El oleaje está continuamente agitado, como un león enfurecido. Las nubes grises han aparcado sobre él, y de vez en cuando se permiten descargar su agua en el mar. Están bajas, y se puede oler la humedad de la primavera llegando al fin. El tiempo está pasando y solo ahora comienzo a notarlo. He empezado a contar los días para que llegue el verano. Para que juntas podamos disfrutar de esas tormentas que solo caen una vez cada mucho tiempo. También corre el aire. Un aire cálidamente frío. Mañana intentaré bajar de nuevo a hacer un par de fotos. Espero que siga igual.